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Terriblemente solo me levanto, recojo la mesa, con delicadeza, cojo los cubiertos, el plato, el vaso, algunas migajas de pan que se han esparcido, limpio el mantel y lo pliego con exactitud, un pliegue, dos pliegues, tres pliegues y ya está; lo guardo en el cajón; todo sin querer hacer demasiados ruido para no estorbar al invitado que aún se sienta en la mesa. Desde la distancia mientras limpio los cubiertos lo veo allí, inmóvil, con la mirada clavada en la pared. ¿Pero qué mira así? me pregunto; si ahí en esa pared también solitaria no hay ningún cuadro, ningún reloj, ningún espejo, si al menos hubiese un espejo lo entendería porque siempre puedes traspasar el reflejo, pero no así, cuando sólo hay una pared desnuda.
Me entristeze, siento una enorme tristeza en el alma, cómo sí alguien o alguna cosa le hubiera ligado una piedra para que se hundiera a través de mi cuerpo como un peso muerto se hunde en un río o en un pantano de aguas turbias. Preparo el café mientras de reojo sigo observándolo, y comprendo que las metáforas no son semblanzas sino realidades individuales que los escritores usan en su quehacer diario, como el tendero gasta el equilibrio para pesar las productos o el carnicero corta con su cuchillo el silencio para vendernos un cuarto de ternera.
Me acerco a él con la mano para preguntarle si quiere el café solo o con azúcar ,intuyo una frialdad espesa, y una escalofrio hace tambalear toda la cocina. El invitado se ha quedado de piedra, es piedra, es una piedra. Me aparto instintivamente y comienzo a dar vueltas y vueltas sobre mí mismo a medida que los muebles empiezan a volar, la mesa, la cocina, el armario, las paredes el suelo, todo, como si un remolino de viento se hubiera formado en el epicentro de la casa desnudandola de tiempo y de espacio.
Sólo queda él, sentado en la silla, de piedra, sigue siendo de piedra, y yo a escasos metros de pie, flotamos en la ingravidad, allí donde están y no están todas las cosas, en la ausencia de oscuridad, entre los no colores, en la ignorancia de las formas. Y cierro los ojos como una especie de autodefensa y veo que algo como puntitos o gotitas vienen hacia aquí, cada vez mayores, más visibles, mes reconocidas. Palabras, imágenes, sombras, recuerdos, yo ,soy yo.
Abro los ojos sentado en mesa, y huelo el aroma del café recien hecho, y siento el calor del sol que llena la cocina. Cojo el azucarero y tomo una cucharada, siempre suelo tomar una café con una sola cucharada de azúcar, no me gusta demasiado dulce, siempre me ha gustado sentir el sabor de las cosas, pero hay momentos en que hay que endulzar la vida. Hoy pondré tres cucharadas de azúcar al café.
Leyendo Diario del Desasosiego de Fernando Pessoa.