jueves, diciembre 08, 2005

Ya estamos aquiiiiiiiiii !

En los últimos años los he visto, cada vez más pronto, cada vez más perfectos en el arte de la simulación y el engaño. Han tardado, pero poso a poco ha ido aumentando su numero. Los veo al volver del trabajo, en el camino que hago todos los días al volver a casa. No es un camino largo, apenas cinco minutos del trabajo a casa.
Primero vi uno a casa de la Irene y la Concha, dos vecinas mayores que viven solas. Hasta hace un año o dos no solían acechar a la gente mayor, deambulaban por las casas de parejas jóvenes y sobretodo con hijos pequeños, sus primeras víctimas inocentes, más fáciles de engañar con caramelos y chucherias, escondidos tras unos rostros demasiado alegres, sospechosamente amables y bondadosos.
En los últimos días se me hace larguísimo llegar a casa, en cada esquina voy encontrándome con muchos más, cada día más numerosos, los veo encaramarse por las ventanas y los balcones, incluso ya a pleno día. Ya no esperan la noche y si lo hacen ya no temen ser descubiertos, su osadía es tan clara que no dudan en iluminar su camino con luces intermitentes de mil y un color y vestidos cada vez más llamativos.
Anoche cuando cerraba las puertas del trabajo bajo la fina luz de las farolas y un frío intenso helaba mi alma sentí por primera vez su aliento de plástico cerca de mi cuello y el terror petrificó mi cuerpo. Mis manos heladas dejaron caer las llaves al suelo, mientras mi cabeza intentaba inútilmente dar ordenes a mi cuerpo inerte. Tenía que huir, correr, sabía que estaba a poco centímetros de mí y no quería ver-lo, no quería levantar los ojos y enfrentarme a la angustiosa realidad de que aquel podía ser el último instante de vida. Los recuerdos de mi infancia volvieron rápidos cómo un mecanismo de defensa biológico y pensé que siempre había sido un niño miedoso. Por unos segundos la seguridad volvió y con la serenidad de un hombre hecho y derecho levanté la cabeza. Entonces lo vi, vi sus ojos amarillos y brillantes, una enorme boca de dientes afilados abalanzarse sobre mí mientras me clavaba sus garras y el hedor de su aliento acompañó las últimas palabras que escuché: ¡Ya estamos aquiiiiiiiiiiií!!!!!!
En aquellos eternos momentos me di cuenta que la peor amenaza de nuestra especie es la incredulidad.